miércoles, 5 de enero de 2011

Gustavo Adolfo Becker


Como se arranca el hierro de una herida
su amor de las entrañas me arranqué,
aunque sentí al hacerlo
que la vida me arrancaba con él!


Del altar que le alcé en el alma mía
la Voluntad su imagen arrojó,
y la luz de la fe que en ella ardía
ante el ara desierta se apagó.



Aún turbando en la noche el firme empeño
vive en la idea la visión tenaz...
¡Cuándo podré dormir con ese sueño
en que acaba el soñar!
Yo me he asomado a las profundas simas
de la tierra y del cielo,
y les he visto el fin
o con los ojos, o con el pensamiento.



Mas, ¡ay!, de un corazón llegué al abismo
y me incliné un momento,
y mi alma y mis ojos se turbaron.
¡Tan hondo era y tan negro!
En la clave del arco ruinoso
cuyas piedras el tiempo enrojeció,
obra de un cincel rudo campeaba
el gótico blasón.



Penacho de su yelmo de granito,
la yedra que colgaba en derredor
daba sombra al escudo en que una mano
tenía un corazón.



A contemplarle en la desierta plaza
nos paramos los dos.
Y, ése, me dijo, es el cabal emblema
de mi constante amor.



¡Ay!, y es verdad lo que me dijo entonces:
Verdad que el corazón
lo llevará en la mano..., en cualquier parte....
pero en el pecho no.
¡Los suspiros son aire y van al aire!
¡Las lágrimas son agua y van al mar!
Dime, mujer: cuando el amor se olvida,
¿sabes tú a dónde va?

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