Hubo un tiempo en el que no importaba nada, solo disfrutar.
Ahora, sentado en mi sofá un sábado a las dos de la madrugada, añorando a mi último desamor pienso en aquella época en la que fuimos gañanes.
Donde el alcohol, las drogas, las mujeres, las risas, las gilipolleces y los amigos eran lo único que importaba.
En medio de un tumulto de gente, en algún rincón entre humo y cigarrillos me ponía a escribir lo que vivíamos, como si fuera el mismísimo Jim Carrol o Allan Ginsberg, escurriéndome entre letras y LSD.
Muchas cosas pasaron, demasiadas.
Demasiadas risas, pastillas, conciertos, abrazos, peleas, lloros, abrazos, mujeres, amores, personas...
Un día levantas la cabeza y te dices:
- Hey tío! que coño ha pasado? -
No cambiaría ni una coma del pasado, ya que me ha hecho ser quien soy y tomar las decisiones que aunque muchas no fueron acertadas, me llevaron a nuevas aventuras.
Pasó mucha gente en estos años, algunos ya no están, otros viven fuera, otros se quedaron como estaban. Simplemente evolucionó.
Analizando todo esto y mirando al futuro, yo no sé que pasará mañana, donde trabajaré o en que ciudad viviré, si encontraré ese amor que busco y me soporta o si leeré esto dentro de diez años y me echaré unas risas.
Lo que si se es que sigo siendo aquel chaval con rastas que se escabullía de los sitios para escribir sus historias, que sacaba a su perro por la nieve en pijama, que simplemente buscaba un abrazo sincero o una mirada real.
Y que pasado todo este tiempo aun sueña con que mañana será mejor que hoy.
Por todas las sombras perdidas
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