Sentado en un juzgado,
rodeado de gente que acusa,
de jueces que juzgan,
de causas perdidas.
Pasividad,
dejadez,
incapacidad,
desidia.
Poco importan ya.
Me mantengo erguido sobre la silla,
observando la situación,
el circo acusativo de aquellos que no creían.
Palabras que rebotan en las paredes,
para convertirse en gotas de lluvia,
en trozos perdidos en la inmensidad del mar,
en palabras viejas convertidas en versos nuevos.
Y miro,
levanto la cabeza y miro.
Todo aquello que no creyó,
todo aquello que no me hizo mejor.
El juez dicta sentencia,
pillando la palabra al vuelo,
que intenta corregir aunque la luz del sol no le deje.
Culpable.
Culpable por sangrar,
por correr,
por reír o pensar,
culpable de vivir.
Una sonrisa dibujan las palabras,
una sonrisa que limpia unas pisadas pesadas,
un final escrito en una mente cargada,
un final hecho sonrisa ligera.
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