Por fin llegó el invierno; el de verdad.
El que mantiene el día gris,
el de la bufanda.
Que aunque vayas muy abrigado,
ese frío se cuela por algún lugar de tu ropa.
El de la sopa caliente,
las zapatillas de dinosaurio para estar por casa,
tan calentitas y cómodas.
La manta en el sofá,
el radiador debajo de la mesa,
incluso en la habitación.
El pantalón de pijama que te regaló tu madre
y la camiseta de Nirvana viejísima debajo de un jersey bien gordo.
El invierno de salir de casa hacia el trabajo y pensar en volver pronto.
De acurrucarte con tu pareja delante de una serie,
o acurrucarte con lo que sea.
De echar un polvo y acabar temblando...
por acabar y por el frío.
El del chocolate con churros,
el de los colores claros,
las luces tenues,
los estornudos y fiebres.
El invierno de los cigarros de dos caladas,
de las camisetas de manga larga,
de las maldiciones matutinas por despegarte de la cama calentita.
Ya llegó el invierno,
el que mata todo lo viejo
y prepara las cosas para el renacer;
la primavera.
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