Con esfuerzo y tesón escalé el abismo en el que caí,
sangre, sudor y sacrificio dejé mientras lo hacía,
pues mucho dejé abajo
por mucho que le cueste a otros reconocerlo
yo acepté mi destino,
tan esquivo
como maldito.
Sus húmedas paredes,
bañadas con las lágrimas del desengaño
trepé con ahínco y valor.
Cubos de saliva tragué
y fuerzas de flaqueza refloté.
Y fue en su cima donde pude contemplar el horizonte,
abriéndose para mi,
mostrándome el color que creí perdido.
Mis heridas cerré mientras descansaba allá en lo alto,
tres miradas dí al vacío,
tres miradas para hacerme recordar que nunca más caería de nuevo.
Aun recuerdo con esmero lo bonito,
aun de mis manos brota la sangre de la caida...
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