Y la bestia descansó,
se tumbó en el prado,
debajo de un árbol,
apoyó su cabeza entre las patas delanteras
y cerró los ojos.
La mañana aún era fresca y solo el sonido de los pájaros rompía tanto silencio.
De tierras lejanas llegaban viejas historias de hombres muertos entre ellos,
de mangueras gigantes que rompían montañas,
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de piedras brillantes que al verlas,
los hombres gritaban de alegría.
Prados y montañas destruidas,
árboles centenarios talados,
ríos de agua cristalina
convertidos en ríos negros de codicia.
Y la bestia despertó,
abrió los ojos,
levantó su cabeza de entre las patas,
debajo del árbol,
miró vagamente a su alrededor,
sintió que la brisa aún era fresca
y continuó su camino.
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