Dame una plaza céntrica de un lugar conocido.
Allá donde unos rezan y otros patinan, voy llegando con mi fatiga.
Una figura distinta consigo vislumbrar,
una que antes conocía y ahora se asemeja a una imagen de diapositiva.
Gran bocanada de aire entra para mis pulmones,
una sonrisa triste recibo de dicha infante.
El abrazo del hola se asemeja al del adiós, mas de pocas palabras se llenan las sensaciones de una marcha ya anunciada.
Ojos que dibujan imágenes para no ver verdades,
ya que de ellos salen lágrimas que tiñen las calles.
Sentado de rodillas reposo mi peso,
y es aún cuán ni un vocablo a salido de mis labios.
Gente curiosa,
gente chismosa que rodea entre murmullos sordos un momento irrisorio.
Cae la luz y con ella el día,
callan los niños y grita el frío.
Apretada mantengo la mandíbula,
sintiendo miedo de perder esperanza en mis palabras.
Cuatro ojos se miran,
cuatro ojos se despiden aun con vida,
abrazando los dedos hermanos,
dejando huérfanos de efecto las palabras que un día fueron de afecto.
Un café como un despido,
un poco de calor para un momento de frío,
de llanto,
de lienzos pintados, pero ya algo pasados.
Un último adiós,
una última sonrisa,
una última mirada a una buena melodía.
Y es así como se fue el ayer,
como se fue la infante,
como se quedo el.
Y esta en cambio no es una historia arrogante,
es un cuento de lo que una vez fue
y de como se fue.
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