Llegó la hora feliz del insomnio,
las 5.00h de la mañana,
pero esta vez con lluvia.
No era una cualquiera,
sino una lluvia primaveral,
de aquellas que parecen danzar,
que armonizan en ambiente.
Cohen y yo nos fundimos en uno,
siguiendo el sonido del agua contra el suelo,
envolviéndonos con la manta
con la esperanza de cazar algún que otro sueño.
Unos minutos después me dirijo al patio,
y allá descalzo y semi desnudo,
alzo mis brazos al cielo,
gritando por dentro que me limpiara,
que me purgara de un Invierno eterno
y desastroso.
Saludé,
ahora sí,
a la primavera.
Volví a la cama húmedo y contento,
abracé a Cohen,
tapé con sábanas mis sueños,
me vi menos feo ante el espejo.
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