El estaba apoyado en una moto delante del restaurante, acababa de cenar y degustaba un cigarrillo de liar mientras pensaba en sus cosas.
Entre calada y calada el sonido de unos pequeños pasos se acercaron por su espalda. Para no mirar directamente, captó su figura a través del reflejo de los cristales del restaurante.
Ella, una anciana menuda le miró y le dijo:
- Antes andaba más rápido, pero cuando eres anciano, ya no vales para nada.
El de seguida se giró, tiró el cigarrillo y le dijo que eso no era cierto, que aun eran muy válidos para la sociedad y se volvió a girar creyendo que ahí acabaría la conversación.
Entonces la anciana se acercó un poco más y le dijo:
- Lo duro de envejecer, es recordar aquellos tiempos en los que creías que jamás llegarías a viejo.
El chico volvió a girarse, esta vez levantándose de la moto y le respondió que es así como el ser humano se ríe de la vida; burlándose de la muerte.
La señora le miró y preguntó si podía ser tan amable de acompañarla hasta el final de la calle, a lo que él asintió con educación a su demanda y comenzaron a andar.
Al principio, él en un lado y la señora por la acera, con sus diminutos pasitos y el sonido del bastón dando contra el suelo. Cuando ella le pidió que se acercara, cogió al chico de su brazo y a modo de apoyo continuaron juntos el paseo calle abajo.
En ese trayecto, hablaron de la familia, de la ciudad, de la sociedad...de la vida y de la muerte.
Todo en pequeños pasos a ritmo de un bastón viejo.
Al llegar al final de la calle, el chico insistió en ayudarla a cruzar la calle y ella, después de cruzar, unas lágrimas de agradecimiento salieron de sus ojos mientras cogía con fuerza el brazo del chico.
Él espero unos segundo mientras observaba a la anciana continuar su camino.
Se giró de nuevo hacia el restaurante, mientras una sonrisa iluminaba su rostro.
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