miércoles, 26 de febrero de 2020

Cartas a nadie





He pensado tirarme de un puente.
No sé muy bien como escribir esto. Por lo general, no suelo escribir cartas de suicidio, menos aún, cuando no sabes que hacer con ella.
Qué se hace? se deja al lado del cadáver? Pero si me tiro de un puente, o se moja, o se vuela...o se mancha con mis restos.
La dejo desde donde salto? Y si nadie se percata de que me he tirado?
Se la envío a alguien? A quien? Y claro, vaya gracia le haría al supuesto, recibir una carta escrita a mano, con las pocas que hay hoy y la ilusión que ello genera. Me imagino su cara abriéndola, mirando el sello, el sobre, sacando el folio...con la cara de un niño en navidad. Para luego leer que es una carta de suicidio. Sería de mal gusto por mi parte.
Aunque para ser sincero, tampoco sabría a quien entregarla.
Se la mandaría a mi ex mujer, pero no sé donde vive.
Puede que a Marc, mi antiguo compañero de primaria. Aunque hace diez años que no nos vemos.
Piensa, piensa. A quién?
Una de las cosas que te lleva a un suicidio, es el desapego con el ser humano. Lo leí en la contraportada de un libro que tenía una chica en el metro.
Lo tengo! Enviaré un mail en cadena.
O no? El correo electrónico, a cogido el papel del correo antiguo: Solo te llegan las facturas.

Hace poco estuve en Tenerife.
No soy la persona mas segura del mundo ( me voy a suicidar; chiste del gremio ), así que cuando viajo, siempre reservo para dos.
Dos pasajes para el avión, habitación doble y actividades grupales para dos. Es una manera que que nadie se siente a mi lado.
En una de aquellas salidas programadas, fui a la playa de las teresitas. Cuando llegamos me separé del grupo y me adentré hasta el espigón.
Allí, en pleno diciembre, me zambullí en el océano.
Entre tanta calma que obtuve, fue donde comencé a pensar en acabar con todo.
Con cuarenta y dos años, soltero, sin amigos, trabajando desde casa y sin mascotas desde que murió Windows; mi pez de colores. Creo que él también se suicidó, lo encontré una mañana totalmente tieso en la alfombra. Debió pensar, que una vida tan triste, monótona y solitaria como la mía, no era el mejor lugar para vivir. Así que cogió impulso y saltó de la pecera redonda que le había comprado en el Ikea ( tenía un buzo ) y llegó al suelo, donde se encomendó al gran acuario del cielo de los peces de colores.

Intenté ser sociable antes de tomar esta decisión.

Cuando regresé de Tenerife, me apunté a un par de actividades. No tuve mucho éxito.
La primera de ellas, se trataba de una fiesta para solteros en un barco. Lo más cerca del contacto humano que tuve, fue cuando un camarero me pasó una toalla para que me limpiara el vómito. Me mareo con facilidad.
La otra actividad, consistía en montar en patines con mucha gente. Entre que no sé patinar y que cuando me dí cuenta todos estaban lejísimos, paré un taxi y me fui a casa.
Ese fue mi contacto más largo con un ser humano. El taxista. Un señor Armenio que no entendía una palabra de lo que me estaba diciendo. Pero por el tono de voz parecía simpático.

Hace un par de semanas fui al cine. Tenía ganas de ver la última película de Asghar Farhadi y disfrutar del cine Iraní. Para mi sorpresa, solo éramos tres en la sala. Un servidor, un señor sudoroso y una prostituta. Cuando acabó la película estaba solo.

Esa noche no pude dormir. Sentía una presión fuerte en el pecho y estaba todo mi cuerpo sudado.
Me levanté y me puse a ordenar mi casa, hasta que ví que todo estaba en su sitio.
Prácticamente no tengo posesiones, mi piso es tan pequeño, que tuve que reorganizarlo cuando compré la pecera para Windows.
En mi armario tenía solo lo que utilizaba, que consistía en:
Seis pares de calcetines negros.
Seis calzoncillos blancos con borde rojo.
Dos pantalones negros de pinza.
Dos camisas blancas.
Dos corbatas azules crema.
Una americana.
Un bañador.
Dos pijamas de seda.
Y una camiseta con estampados de frutas que me regalaron con mi última compra por Amazon: La nueva licuadora de cinco velocidades y cuchillas cromáticas. Soy alérgico a casi toda la fruta.

Después ojeé mi álbum de fotos. Consistía de cinco hojas, donde por lo general casi todas las fotos eran de mi ex mujer. Donde se supone que salía yo, o estaba arrancado, o tenía la cabeza de Bertín Osborne puesta en el lugar de la mía. En la última hoja, estaba la nota que me dejó al irse.
Solo decía:
Vivir contigo, a sido peor que volver a ver siete años en el tibet.
Ha sido igual de excitante que el último libro de Vargas Llosa.
Pd. No volveré, me repugnas.

Al principio lo tomé a broma. Pasadas dos semanas me dí cuenta de que era en serio.

Todo estaba decidido.
Dejaría este mundo y me tiraría al vacío.
Dicen que cuando mueres, te sumerges en un sueño eterno. Lástima que jamás recuerde haber soñado.

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