Se acabó algo sin comenzar,
como una canción sin final,
un plato de comida sin sal,
una mañana sin sol.
Quedó el rastro entre las sábanas y los posos de los zumos,
aquella sensación de resquemor hacia aquello que no entiendes,
sobre aquello que no pasó.
Se acabó algo que ni yo mismo entiendo,
algo que no pasó,
que va más allá de las caricias gratuitas,
de las mañanas acurrucadas entre tus nalgas,
de la simple y compleja complicidad entre dos desconocidos.
Que dando por zanjado un pacto de caballeros,
huyó por el miedo a un contacto más extremo,
temiendo verse envuelta en un universo con más curvas que rectas,
en unos versos teñidos de la realidad más terrible y fría
que es la simple vida.
Se acabó algo que no comenzó,
ya que tenemos otros planes,
de aquellos que te engullen si no los cumples,
de aquellos que hacen que nada funcione si no los consigues.
Y puede querida niña,
que sin saberlo yo fuera uno de ellos,
y con sumo cuidado me has dejado en el cajón de los sueños cumplidos,
donde no sabemos si mañana,
entre el polvo,
vuelvan a hallarse.
Y como cada mañana,
salga o no el sol,
contemplo el nuevo día,
el nuevo capítulo,
de una vida envuelta en letras,
donde los sueños son aquellas cosas
que guardamos debajo de la almohada,
allí donde descansan nuestros deseos.
Pero aun así,
disfruté de un cuento sin letras,
de un paisaje sin colores,
de 8h de descanso,
de un tango para dos.