Me miró con cara extraña,
una parte de el no me reconocía,
la otra se sorprendió.
Me miró fijamente a los ojos
y me abrazó.
Con sus pequeñas manos me tocaba la espalda,
apaciguando,
mitigando el pasado,
perdonando mi partida sin despedida,
dándome aquellas palmaditas de aprobación,
sosiego,
amor.
Entonces besé su cabeza,
le miré y le dejé marchar.
No me despedí con un te quiero;
como ya hice otras veces.
Solo le dejé marchar.
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