Y el señor Morales trajo las llaves.
- Para que no te quieran conocer esconde aquí tu alma - Me dijo - acompáñame -
Así que le seguí por unos pasillos llenos de puertas, donde la luz parpadeaba y cubría en ese parpadeo el pasillo de un color amarillento. Casi al final, se paró.
- Esta es tu sala, número 1992 -
Sacó un gran manojo de llaves y abrió la puerta, me miró y me invitó a entrar.
Entré en la sala, totalmente cuadrada, sin muebles y con la pintura descorchada. El Sr Morales cerró la puerta y me dejó solo. Y en esa habitación pensé en lo ocurrido. Si dejaba mi alma, no era en su totalidad, era de unos momentos, de unas vivencias que aunque la mente me decía que no había muchas buenas, el corazón me rogaba no hacerlo.
Substituí las sonrisas por lamentos, los descansos por pensamientos, la meditación por sufrimiento.
Una tiza encontré en el suelo, en uno de sus lados ponía :
- Escribir mis lamentos. -
Uno a uno fui escribiendo por la habitación cada uno de ellos. Llenando cada pared de palabras, cada lágrima de acentos, cada sonrisa de verbos. Poco a poco, mi mano, que había comenzado cargada, fue sintiéndose ligera. Y cuando me quise dar cuenta sonó la puerta. Era otra vez aquel hombre menudo, el Sr Morales. Para recordarme que el tiempo se había agotado, que debía dejar la habitación y todas aquellas palabras en ella. Dejé la tiza y miré la habitación antes de irme. Toda estaba escrita. Paredes, techo, suelo, puerta...cuantas cosas, cuantas palabras y momentos.
- Recuerda - Me dijo - Solo podrás recuperarlas, si ellas vienen a ti -
Y con esta frase, cerró tras de mi la puerta. Con la ligera impresión de que aquello, no estaba en mi mano.
Con la sensación de que ya no llevas sensación alguna.
Con la seguridad, que da el desconcierto.
- Para que no te quieran conocer esconde aquí tu alma - Me dijo - acompáñame -
Así que le seguí por unos pasillos llenos de puertas, donde la luz parpadeaba y cubría en ese parpadeo el pasillo de un color amarillento. Casi al final, se paró.
- Esta es tu sala, número 1992 -
Sacó un gran manojo de llaves y abrió la puerta, me miró y me invitó a entrar.
Entré en la sala, totalmente cuadrada, sin muebles y con la pintura descorchada. El Sr Morales cerró la puerta y me dejó solo. Y en esa habitación pensé en lo ocurrido. Si dejaba mi alma, no era en su totalidad, era de unos momentos, de unas vivencias que aunque la mente me decía que no había muchas buenas, el corazón me rogaba no hacerlo.
Substituí las sonrisas por lamentos, los descansos por pensamientos, la meditación por sufrimiento.
Una tiza encontré en el suelo, en uno de sus lados ponía :
- Escribir mis lamentos. -
Uno a uno fui escribiendo por la habitación cada uno de ellos. Llenando cada pared de palabras, cada lágrima de acentos, cada sonrisa de verbos. Poco a poco, mi mano, que había comenzado cargada, fue sintiéndose ligera. Y cuando me quise dar cuenta sonó la puerta. Era otra vez aquel hombre menudo, el Sr Morales. Para recordarme que el tiempo se había agotado, que debía dejar la habitación y todas aquellas palabras en ella. Dejé la tiza y miré la habitación antes de irme. Toda estaba escrita. Paredes, techo, suelo, puerta...cuantas cosas, cuantas palabras y momentos.
- Recuerda - Me dijo - Solo podrás recuperarlas, si ellas vienen a ti -
Y con esta frase, cerró tras de mi la puerta. Con la ligera impresión de que aquello, no estaba en mi mano.
Con la sensación de que ya no llevas sensación alguna.
Con la seguridad, que da el desconcierto.
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