Y desmenucé toda la carne,
quitándole los huesos,
la grasa,
la piel.
Y allí hallé lo que no quería ser,
mi fantasma,
mi demonio,
mi odio.
Entre toda esa carne,
entre toda esa inmundicia.
Y me redimí,
al sentir que hiciera lo que hiciera nunca llegaría,
siempre sería un resto de algo que no existe,
algo que no soy.
Controlé el impulso del perdón,
ya que todos ellos lo tienen,
pero de ninguno lo recibí.
Y desmenucé también su corazón,
y al mirarme al espejo contemplé
que aquel corazón sangrante,
destrozado,
latente entre mis manos,
era el mío,
solo y únicamente el mío.
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