Metiendo palabras en sacos cargó el muchacho a la espalda.
Cuanto más avanzaba en la vida más palabras iba metiéndose en el saco.
Había muchos momentos en los que conseguía sacar palabras para volver a utilizarlas.Muchas volvían al saco, otras habían sido recuperadas para su lenguaje.
El peso de sus pies dependían del saco que arrastraba. Si el saco pesaba, el muchacho no avanzaba, sus piernas le pesaban, le sumía la desconfianza, le podía el miedo. En cambio, si el saco iba más ligero, las sonrisas salían, los saltos se convertían en brincos y la esperanza volvía a sus ojos.
Un día el muchacho paró en seco. Ya llevaba muchos días con dolores y decidió parar a reflexionar.
Sentado delante del saco el muchacho se limitó a contar las palabras que había en el saco. Una a una las fue sacando, las miraba, las contaba y las apartaba.
El muchacho llevaba 262.080 palabras! Eran muchas, pensaba el. Así que cogió una palabra, sacó un pañuelo que guardaba en su bolsillo y la limpió.Para su asombro, al limpiar la letra desaparecía!
Así que el muchacho limpió todas las palabras y vació por completo su saco, librándose así de su peso.
Después recogió el saco, miro a su alrededor y se vio reflejado en un charco. Ya no era un muchacho, era un hombre con ojos de muchacho. Un nuevo sol salía para el.
Fueron muchos días, 182 lunas y más de mil sensaciones diferentes. Pero las palabras volvían a estar a su disposición. Solo debía emplearlas con sabiduría...
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