Erase una vez que se era una calle asfaltada,
unos niños jugando y otro mirando el asfalto.
Aquel niño de grandes ojos y mirada pensativa
se llamaba Omar.
Dícese del niño,
que era muy callado y que siempre andaba castigado.
Se extrañaba mucho en el barrio cómo un niño tan silencioso
podía meterse en tantos líos.
Ya que al estar siempre haciendo otras cosas,
cosas que el resto de niños no hacían...y no entendían...
no acababa de encajar con ellos.
Aquella mañana, Omar había salido del colegio,
esa tarde no tenía clases particulares.
Según sus profesores, Omar se distraía con facilidad.
Tonto decían no era,
pero siempre estaba en otras cosas,
en sus dibujos y sus historias,
en los pájaros que pasaban por la ventana,
en el color de las tizas de la pizarra.
En su barrio, su calle;
unos niños jugaban al fútbol,
justo al lado, estaban asfaltando lo que antes era el parque infantil.
El olor del asfalto caliente atrajo la atención de Omar,
que cogió asiento y observó la imagen difusa que producía la humareda del asfalto con el calor,
como unas hormigas se quemaban encima del asfalto caliente.
Así pasó la tarde Omar.
El niño que poco hablaba y mucho pensaba.
Al oír los gritos de su madre llamándolo,
Omar se apresuró en ir a su casa.
Toda la familia alrededor de la mesa,
alrededor de esa caja estúpida llamada T.V.
Al terminar de cenar, recoger los platos y diferentes artilugios relacionados con dicha cena,
Omar iba a su cuarto,
donde pasaba horas leyendo e imaginando aventuras con grandes monstruos,
paisajes de ensueño y amigos inseparables.
Muchas veces se quedaba abrazando los libros mientras dormía,
otras en cambio solo tenía que encender la T.V de su cabeza,
donde todo eran aventuras,
donde todo tenía final feliz.
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