miércoles, 9 de septiembre de 2020

Paradas

 


No era una buena época para morir.

Aquella noche, después de una hermosa velada con amigos, donde pudo degustar de buen vino, buena charla, unos juegos al billar y buen humo; decidió caminar hasta el final de la Vía Layetana mientras determinaba que medio de trasporte le llevaría a su hogar. 

Llevaba semanas con dolor de espalda debido a diferentes quehaceres acaecidos las últimas semanas. Pero justo aquella mañana, le habían hecho Acupuntura!. Se sentía tan bien, que decidió continuar caminando hasta el Paseo Colón, atravesando la Plaza Antonio López hasta llegar justo en medio del Paseo Colón, donde se encuentra una parada de autobuses.

Se tocó la espalda, estiró un poco y caminó hasta la parada. Esa noche había llovido. Las calles reflejaban las cornisas de los edificios, los arcoíris de colores de la ciudad, mezclados con el ruido y la velocidad de los coches, pasando por cada lado del paseo.

Un autobús pasó a su lado. Era el suyo. Al percatarse de su presencia, sabía que si corría, llegaría. No tenía duda de ello. Pero también pensaba, que el correr no alarga la vida y que sencillamente, aquel autobús no era el suyo; dado que si lo hubiese o hubiera sido, habría llegado exactamente a su debido momento, y no al revés. Dícese de otro modo, en el momento justo o incluso unos segundos después de su llegada a la parada. 

Al percatarse de la tardanza del siguiente autobús y comprobando lo bien que respondía su maltrecha espalda, la agradable temperatura y el silencio apaciguante de una ciudad dormida. Continuó caminando por el centro del paseo.

El verano moría. Un verano atípico de un año insulso, en un mundo preso por el terror a la muerte.

Apenas se vislumbran coches, la tenue luz de las farolas dibujaban su sombra al caminar por el centro del paseo, mientras se lía un cigarrillo entre pensamientos que aparecen por su mente, como rayos en una tormenta. Pero no por peligroso, todo lo contrario; por extremo pero magnífico, rápido pero sutil, conciso pero a la vez fugaz, elocuente pero directo.

Un pensamiento quedó en su cabeza, le atravesó el cerebro y dejó de caminar.

Aturdido, pensó en el vino como causante de aquella certeza que había apuntado con tanta destreza a su cabeza, o quizá fuera el humo inhalado durante la velada. El caso es que por primera vez en su vida sentía que la vida le había cazado y aquello le hizo recapacitar. Armó de nuevo un cigarrillo al tiempo que un autobús paraba a su lado, justo cuando debía, a su debido tiempo/lugar/momento y continuó caminando encendiendo el cigarrillo.

Paso tras paso continuaba pensando. Nunca, jamás creyó que aquello le sucediera. Nadie le explicó jamás como afrontar semejantes crucigramas. Y que decir si cabe, que él tampoco se imaginó que llegara a este día. Perdón, esta noche fresca y apacible en la ciudad durmiente.

Decidió, al paso de la Plaza de Medinaceli poner en una balanza los pros y los contras de semejante enigma. Dejando en un lado el corazón y en el otro la razón para que estos a su vez analizaran cada caso. 

"A qué edad se deja de ser un crío?" o dicho de otro modo: "Soy un adulto?". Qué significaba todo esto? Debía cambiar su comportamiento? Acaso la madurez llegaba así, de pronto? Las incógnitas poblaban su cabeza al paso por la estatua de Colón. Se colocó en el centro de la rambla, dejando Colón a su espalda y contempló el vacío de la rambla Barcelonesa cuando apenas era media noche. El pensando en el paso del tiempo, en un mundo que lucha por congelarlo. Poético.

Con media sonrisa irónica, cruzó por la avenida Drassanes, hasta la calle del portal de Santa Madrona. Qué se supone que debía hacer? Había llegado hasta este momento sin pensarlo. No tenía ni una sola cosa que denotara el más mínimo atisbo de lo que supone la madurez propiamente dicha. Ni hipotecas, ni coche, ni plan de pensiones. Ni tan solo tenía trabajo. Y qué decir del resto? Ni mujer, ni novia. Ni hijos o mascotas. 

Parado en la esquina con la calle de Mina, miró con nostalgia lo que no hace muchos años era un lugar de encuentro y sosiego. Una antigua posada, desde hace tiempo cerrada. Era acaso un aviso del paso del tiempo? o un simple escalón en la evolución?  teniendo en cuenta por ello, en el sentido de evolución, la necesidad de avanzar. El no atascarse jamás en una parada. El saber que después habrá otra, y así sucesivamente. Dicho de otra manera, la necesidad incesante de nuevos estímulos. 

Sin darse mucha cuenta, la avenida Paralelo se abría a sus pies, cruzándola hasta llegar al parque de las tres chimeneas. Con la mente dando vueltas entre preguntas y respuestas inconexas. Era necesario madurar de una manera tan arcaica? Era aquella la manera en la que debía madurar? y si ya había madurado? y si aquella manera, la estipulada, no era otra cosa que esperar sentado a la muerte? Esperarla sentado?

Caminando por el pasaje de la Canadenca, con sus grafitis, su olor a orina, su esencia industrial. Levanta la cabeza, pone sus manos en los lumbares y respira con cierto sosiego. Si nunca había buscado aquello que llaman "prestablecido", por qué de repente sentía como una punzada en su cabeza, que aquello que no buscaba, le había encontrado a él?

A lo largo de la calle Vila i Vilà, antaño llena de gente risueña, ebria, excitada y ahora vacía, apagada y silenciosa. Continuaba con el paseo hacia su hogar entre una mar de preguntas. Acaso llega un día en el cual te doblegas y aceptas o deberías aceptar aquello que jamás has querido para ti? No, no se imaginaba postrado en una silla, con una copa del mejor Whiskey esperando a la muerte. 

Mujeriego le llamaban algunos. Mujeriego? Era acaso algo malo? Acaso alguna de aquellas personas que tanto criticaban, se paró jamás a pensar lo duro que resultaba recomponer el corazón y la razón después de cada aventura? Debería el ser humano parar y aferrarse a algo que no le convence, por el mero hecho de borrarlo de una lista que ni siquiera existe? O seguir indagando hasta hallar aquello que le sacie? 

Sin más dilación se hallaba en la esquina de la calle Nou de la Rambla con Blesa y sus luces amarillentas aun pensando en la madurez y sus consecuencias. Es posible, que en aquel paseo desde Vía Layetana pasara de persona "rasa" a "señor"? Quién determinaba que así era?

Escuchando sus pisadas en una desierta Calle Blai, con la espalda algo cansada, la colilla del último cigarrillo aun entre sus dedos y observando el reflejo de las luces en los pequeños charcos de la calle a su paso por la biblioteca, volvió a sonreír.

Qué significaba madurar? Objetivos que no son propios de uno mismo? Dejar de mirar en un charco como los colores se difuminan en acuarelas? Negar la inocencia o la pureza? Es lo simple menos importante que lo que la sociedad nos vende como obvio? 

Barcelona duerme temprano. Paralelo con su calle era un desierto. Al llegar a su portal, sacó las llaves y pensó: "Señor? no gracias"

No hay comentarios: