Salen por la ventana los últimos alientos, las últimas luces del mes de los Lobos.
Acaba Otsaila, el más corto de los meses, el más intenso, el último del año para muchos.
Se lleva sus noches infinitas, los aires fríos, las mañanas grises, los días cortos.
Termina el mes cojo, el de la búsqueda de las cosas, el de los pensamientos internos, el del blancazo desde Ripollet a Barcelona, para volver a Ripollet, para volver a Barcelona y subir caminando desde el puerto a casa, aun de blancazo.
El de dormir con una amiga y no pegar ojo. Entre sábanas frías y gatos ninjas. El de las lluvias y la magia. El de los paseos por el puerto.
Termina un mes de pérdidas, de abrazos sin darse, lágrimas sin secar, anécdotas en la distancia o copas para apaciguar un adiós para siempre.
Termina un mes sin pulgas ni reproches, de aceptación y creación, de resurgimiento y frescura, de pensares y batacazos.
Termina el último mes de la muerte, el que da el paso a la vida, el que abre el paso de la luz y la poesía.
Y termino con un Bienvenida,
que allá donde estés,
tengan tabaco mentolado.