sábado, 20 de junio de 2020

Catorce años y cuatro meses

      
                                                          

Hace un año, acompañaba tus últimos suspiros en la camilla del veterinario. Entre lloros nos despedíamos, mirándonos por última vez a los ojos.
Juntos pasamos catorce años, pasamos por cuatro ciudades ( Vic, Terrassa, Bcn y Cadaqués ), nos mudamos a siete pisos diferentes, vivimos una época juntos.

Llegaste a mi vida sin avisar. Una tarde un amigo entró al restaurante gritando mi nombre; Tenía un perro que era para mi. Esa misma noche, al salir del trabajo fui directo a su casa. Al entrar al comedor, estaba algo oscuro, con la luz de un par de lámparas pequeñas. Al instante de verme te tiraste encima y me diste tu primer beso. Fue amor a primera vista. 
Sin dudarlo, abracé a mis amigos y salí contigo hacia nuestra primera casa.

No todo fue bonito. Al llegar a casa no caíste especialmente bien. Ya estaban los gatos, a los que poco a poco te fuiste haciendo y también estaba Sigmund; Aquel Carlino medio tonto y mimado.
Recuerdo la vez, que te dejaron castigado en un rincón para enseñarme una cachimba rota. Estuviste así dos horas hasta que llegué, miré los cristales en el suelo, tu te measte de miedo y yo barrí y fregué tranquilamente la casa, te puse la correa y salimos a la calle.
En esa época, te pusimos una cresta color rosa, que tardó mucho tiempo en irse. Incluso estuve a punto de regalarte, cuando nos hicieron creer que eras el causante de una alergia de Mireia. Que por supuesto no lo eras.
Cuando pintamos el pasillo estuviste dos semanas con azul en un lado y naranja al otro.
Siempre fuiste algo cabrón.
Mordías los culos de la gente que salía de casa, destrozabas las camas que te hacía o compraba para seguir durmiendo conmigo. 
Cuando te tiraba la pelota, me mirabas, mirabas la pelota y te ibas.
Ladrabas como un loco cuando llamaban a la puerta. Jamás quité el timbre.
Te aliabas con Fiona ( la gata ) para poder abrir cajones o la nevera.
Siempre te encontraba en mi cama cuando regresaba de trabajar; aprendiste muy pronto a abrir puertas.
Mordías en los tobillos a la gente con skate. Te encantaban los maleteros de los coches y meterte en marcha por la ventana...un par de minutos. Por que luego te agobiabas y comenzabas tus sesiones de canto hasta que llegábamos al destino.

Los primeros años, lavarte fue un suplicio.
La primera vez, te metí en el plato de ducha. Acabé lleno de jabón en el suelo, con cuatro mordiscos, mientras tu te secabas en el sofá. 
Hasta que un día, bañándote en Limbo ( Terrassa ), el abuelo de Vicky sin ningún miedo, nos explicó como hacerlo mejor.
A veces íbamos a un centro para que te lavaran o te cortaran el pelo, dos cosas que odiabas. Cuando iba a buscarte siempre me tocaba esperar mínimo treinta minutos. Los volvías locos y acababas suelto con gente persiguiéndote.

Por nuestras casas siempre ha pasado gente, mucha gente.
Pensando así por encima, hemos compartido a tiempo completo nuestro tiempo con más de veinticinco compañeros de piso, algunos incluso han repetido ( los repetidos no cuentan por dos ).
A tiempo parcial, perdí la cuenta.
Una mañana, estando debajo de casa, vino Víctor, que era un tío bastante...soplapollas y comenzó a alardear de manera sobrada sobre sus logros. En el momento en el que era más insoportable, te tiraste hacia su pantalón, quedando sus pelotas en tu boca. Víctor se calló, se quedó pálido y se fue por donde había venido.

La primera vez que te saqué sin correa desapareciste. Te encantaba correr. 
Después de estar veinte minutos dando vueltas, me senté donde te había dejado y apareciste.
Me llevé un buen susto.
O, la primera vez que te dejé en casa de un amigo, debido a lo de la alergia. Tuviste tiempo para dejar preñada a la perra de Marta y ser padre muy adolescente ( nueve meses ).







                                                                Fin primera parte