No hay nadie en la barra del bar.
La luz tenue amarillenta, camufla de las miradas la sombra del chico sentado en el taburete.
Su cara, ausente.
Su pelo, desaliñado.
Su Aurea, marchita.
Hace pensar en días sin comer y dormir.
Allí, en el fondo de una barra vacía, se encuentra.
Solo, sin mirada fija, sin una sonrisa que le distraiga.
Puede que el desamor?
Puede que la esperanza?
Puede que un cúmulo de desdichas.
Quien sabe.
Una voz suave sale de sus labios,
pide la cuenta.
Saca una cartera negra destartalada y cuenta monedas a través de sus huesudas manos. Deja propina, da las gracias y se despide. Llevando tras de si, todos aquellos fantasmas que le seguían.