jueves, 25 de febrero de 2010

La luna


Bajaba las escaleras respirando muy hondo,
totalmente concentrado.
Abrí la puerta y el aire me dio en la cara cerrando así los ojos,
tomando esa bocanada de aire fresco puse el pie en la calle y noté que flotaba.
La calle ya no era calle,
era la luna que me llevaba.
Los pies me pesaban,
dificultaban mi caminar
y quitándome las zapatillas
mi equilibrio logré recuperar.
Todo cambiaba de color y de forma,
las distancias desaparecieron y las puertas se hicieron triangulares.
Una gran espiral de colores saludaba al fondo de la calle
y el ladrido de un perro vecino rebotaba en mi cabeza como si de un despertador se tratara.
Con gran dificultad y equilibrio mis pies fueron abriéndose camino hasta el portal,
mis manos se apollaron en las rodillas y cogí aire, mucho aire, levanté la cabeza y entré al edificio,
dejando tras de mi a la luna y sus lunáticas aventuras.